La torre dorada

Hoy subí a las almenas de mi torre dorada y vi que los muros que un día deje caer son hoy más gruesos que antes. Alrededor de mi torre, como si de un castillo medieval se tratara, hay un foso de aguas cristalinas en el que languidecen las sombras atormentadas de las que fueron mis ilusiones.

Miro mi torre en el reflejo del agua y veo un puente levadizo que engaña a ojos ajenos… Desde fuera parece a medio alzar, pero al mirarlo desde arriba veo que tras el no hay puerta alguna que abrir.

Recuerdo que desde dentro de mi torre veo ventanas, cubiertas con cortinas que no dejan pasar el frio del invierno, pero al recorrer las almenas de mi torre, mirando el reflejo en el foso, me doy cuenta de que las ventanas no están, esta vez el engaño es para mi, que construí las ventanas ayudada por mi felicidad y las cubrí de cortinas para no ver que ya no existen porque el nuevo muro las tapió.

Miro a lo lejos y veo la luz brillante de un sol que no traspasara de nuevo los muros, ya que dentro la luz mortecina de la culpa y la tristeza lo invade todo. Una luz que no necesita ventanas para entrar, ni lamparas para iluminar, una luz que me acompaña allá donde voy y que parece irradiar del corazón de la misma torre.

Y entonces escucho, escucho risas que llegan desde la llanura, más allá de mi torre, más allá del foso. Risas que chocan contra mi torre y nunca parecen llegar a su interior y cuando pongo más atención escucho, las palabras que volvieron a eregir los muros, saliendo de ellos, un yo aquí, un no me importa allá, con una voz que no es la mía. Decido volver al interior y entonces, como flotando a mi alrededor las veo y me matan un poco más por dentro.

Ando por pasillos repletos de puertas que se que no se abrirán, recorro tramos de escaleras y cruzo habitaciones decadentes llenas de nada hasta que llego al enorme salón de la chimenea que calienta la torre. Allí me veo a mi misma, sentada frente a ella, con lagrimas en los ojos y el alma rota avivando el fuego con lo que queda de mis sueños rotos y las esperanzas muertas.

Me tumbo a mi lado, al calor del fuego y esta vez si es mi voz la que, como si de una canción de cuna se tratara, me arrulla con esa nana de dolor que llega desde el corazón de la torre, haciendo crecer la oscuridad que me rodea y dejando que caiga dormida en mi alfombra de dolor y soledad,  alimentando el odio que siento por volver a permitir que la historia, en cierto modo, se repitiera.

Antes de caer dormida, un fugaz sentimiento me atraviesa justo antes de caer en las llamas, un sentimiento que se que volverá muchas veces a romper lo poco que queda entero del corazón de mi torre dorada, de mi corazón  marchito antes de que el fuego de la chimenea lo destruya de nuevo…

Mistyca 

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